¿Quién es Dios? Una Pequeña Historia Real

bokeh51.jpgNací en Cuba, un país donde se siguen los principios de la ideología Marxista. En aquella época, todo tipo de creencia religiosa era censurada. A pesar de que mis padres, habían crecido en la iglesia Presbiteriana,  no asistían a ella ni practicaban ninguna religión. Tampoco me enseñaron nada con respecto a la Biblia o a su fe en Dios porque mi papá al principio, simpatizaba con el gobierno. Según ellos, sería mejor no inculcarme una doctrina que estaba en conflicto con los fundamentos de mi país. Si actuaron bien o no, eso no es importante. Lo principal fué que hicieron lo mejor que pudieron de acuerdo a las circunstancias y a su nivel de conciencia.

Un día en mi escuela primaria, cursando yo el segundo grado, el director se presentó en el aula e interrumpió la clase para preguntar cuales eran los alumnos que creían en Dios. Por supuesto yo no levanté mi mano, pero algunos niños aunque temerosos, si lo hicieron. El nos afirmó que Dios no existía y que eran tontos los que creían en “alguien” al que nunca nadie había visto. Nos recordó que los libros, las libretas y demás materiales de estudio eran proporcionados por el “comandante en jefe,” recalcando que “ese era Dios.” No entendía por qué, pero me sentía intimidada por la actitud de aquel hombre de autoridad con aquella mirada tan dura que nos dirigía a todos. Por otra parte, ¿qué o quién era aquel “Dios”  del cual había oído hablar a mi tia y a sus hijos cuando decían que iban a la iglesia a “buscarlo” domingo tras domingo? Yo desconocía si lo encontraban o no, como también ignoraba lo que se hacía en la iglesia Católica que ellos visitaban. Todo esto era muy confuso. Me preocupaba que mi tia estuviera siendo engañada. ¿Y mi mamá…, creería también en un engaño?

Esa noche, en mi casa hice una pregunta: “¿Quién es Dios?” Mis padres se sorprendieron con mi interrogación e inmediatamente  les conté lo que había sucedido en el aula. Mi madre, molesta por la actitud del director me dijo que Dios existía porque era el Dios de nuestra salud y de nuestra vida y que gracias a Él, los que fabricaban las libretas y los lápices podían estar saludables para trabajar y proporcionarle  todo eso al gobierno. Entonces ella aprovechó y me mostró la Biblia, me enseñó la oración del Padre Nuestro y el Salmo 23 para que los repitiera todas las noches, en especial cuando estuviera en dificultades.  Mi padre, que ya se sentía defraudado por el rumbo que estaba tomando el pais que él había defendido, agregó que aunque la electricidad no se ve, existe.  Yo no tenía ni idea de lo que ellos estaban hablando. A parte de que no entendía nada, tampoco estaba segura si lo que ellos me estaban diciendo era verdad o no. ¿Cómo podría comprobarlo? Sin embargo, fui obediente con mi madre y comencé a leer aquellas oraciones al acostarme.

Días después, una amiga de mi mamá  le dijo que en cierta tienda había zapatos de niñas. Enseguida  mami se puso de acuerdo con mi tía para ir. En la cola, la que llegara primero, le guardaría un turno a la otra. Todos los artículos de primera necesidad, tanto la ropa, los zapatos, como los alimentos, etc., estaban racionados. Teníamos dos libretas de racionamiento, una para la comida y otra para todo lo demás.  En ellas, los dependientes apuntaban los artículos que se compraran. Una vez al mes, tenías derecho a comprar la cuota que correspondía para la familia. Era poca la comida que nos tocaba. En el caso del vestir  y el calzar, solo  correspondía una prenda de vestir y un par de calzado al año. Muchas veces pasaban los años y no se encontraban ni zapatos ni ropa. Cuando finalmente abastecían alguna tienda, había que esperar en largas líneas de  personas. Muchas veces sucedía que después de haber esperado tres, cuatro y mas horas en una línea, se acababa el artículo que ibas a comprar y no lo volvían a traer.

Ese día que mi madre supo que había zapatos para mi, me apuraba para salir pronto hacia la tienda no fuera a ser que se acabara el surtido. Me vestí a la carrera, pero en mi desesperación, encontré solo un zapato, me faltaba el compañero que no veía por ningún lado. Busqué y rebusqué pero no lo podía encontrar. Necesitaba que apareciera porque no tenía más ninguno. No estaba  debajo de la cama de mis padres, ni debajo de la mía. Tampoco había mucho sitio donde buscar porque teníamos un solo dormitorio.  Ya mi madre estaba peleándome desde la sala, diciendo que por mi demora se acabarían los zapatos. Se me ocurrió buscar el papel donde tenía escritas aquellas oraciones del Padrenuestro, pero no me acordaba donde lo había dejado, tampoco sabía donde estaba aquella escritura en la Biblia que mi mamá me habia mostrado y no podía perder tiempo buscando ni la Biblia ni el dichoso papelito. Casi sin darme cuenta, por primera vez en mi vida hice una plegaria que salió del deseo más profundo de mi ser y sin pronunciar palabras dije para mis adentros: “Dios, si tu de verdad existes, ayúdame a encontrar mi zapato.” En ese mismo momento vi una luz que brillaba delante de mí. Yo no sabía si salir corriendo o si gritar, pero quedé sin habla y sin movimiento. Solo abrí los ojos y seguí aquella luz que se movió y se colocó encima de mi lecho, luego bajó y quedó a raz del piso para meterse por un costado  debajo de la cama, donde ya había mirado y metido una escoba sin obtener resultados anteriormente.

Un grito de mi madre me sacó de mi estupor, me tiré al piso y metí mi mano por el mismo lugar donde la luz se escurrió y allí estaba mi zapato. No lo podía creer, pero lo agarré y con una sonrisa de agradecimiento y mirando hacia el cielo exclamé: “¡Gracias Dios…!” Acto seguido salí a juntarme con mi madre sin decirle nada de lo que me había ocurrido, pero guardando una gran emoción dentro de mi. Temía que pensara que me había vuelto loca.

Al llegar a la peletería nos desconsoló el hecho de  ver que no había ninguna persona en espera, pensábamos que ya se habían acabado los zapatos. Aun así, mi mamá preguntó si quedaban. El peletero preguntó a su vez: ¿Qué número calza? Usualmente, los empleados de las tiendas no eran corteses y mostraban indiferencia con los clientes. Les preguntabas por un artículo y ellos sin mirarte te decían que no había. Realmente no podían decir otra cosa. Mi mamá, asombrada por la inusual amabilidad de aquel dependiente además de ver que la tienda estaba vacía, le preguntò de nuevo: ¿Pero quedan zapatos?” El señor una vez màs repitió la misma pregunta: ¿Qué número? Para nuestra sorpresa, el peletero sacó de adentro del almacén el último par de zapatos que quedaba de esa numeración. Mi mamá quiso averiguar si quedaban los números de mis primas, a lo que el tendero amablemente le dijo que no. Sin embargo, cuando mi tía llegó a la misma peletería un rato después, pudo comprar los zapatos para sus dos niñas. ¿Qué sucedió? Yo no sé. Lo cierto es que hubo provisión para mi y para mis primas en condiciones nada usuales.

Si el director de la escuela de nuevo me hubiese hecho la pregunta: ¿Crees en Dios? hubiera respondido: “No creo… ¡Lo he visto!”

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Comments

  1. Aymee Fuentes Sopeña says

    Jajajajajaja….que increible escrito….me encanto……es real y genuino lo que un niño siente……..tienes una forma de escribir muy especial….me fascina….Gracias por compartirlo con nosotros……Un beso….

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