Conocí a una señora especial el día de su cumpleaños. Pensé que estaba por los 70´s casi ochenta, pero me equivoqué. Cumplía 95 años. A partir de esa fecha, mi esposo y yo la visitamos a menudo y cada vez que nos ve, nos regala algo muy valioso: una sonrisa. No se cansa de repetir lo bendecida que es y que su ángel de la guarda está siempre con ella. A través de sus palabras y acciones podemos descubrir la pureza que hay en su corazón. Para nosotros representa una bendición haberla conocido.
Ella no tiene tiempo de hablar mal de nadie. Hay otras cosas más interesantes de que hablar. Por ejemplo, de su “niña linda:” Michi, su gata peluda. Las peripecias que hace y cómo le pasa la lengüita y se le recuesta encima del corazón. Aunque hay veces que a Michi, como es juguetona se le va la mano, le clava los dientes y le saca sangre. Por eso, la dulce señora se protege las manos y las piernas, es que la quiere tanto…
Tampoco se queja, por qué ha de hacerlo si tiene una gran familia con hijos, nietos, bisnietos, buenos vecinos, buenos amigos y gente a quien ayudar. Además está demasiado ocupada con los quehaceres de su casa, atendiendo a su mascota, el mantenimiento y embellecimiento del jardín, compartir con otros amigos, etc. Le dió mucha ilusión el cambiarle los colores de las paredes del comedor y la sala. También tenía la idea de que podría poner en la pared un cuadro de gran estima y que no había podido colgar. Dentro de unos dias le pintan el cemento del portal y ya está pensando que un rosal no le vendría mal al cantero de la entrada.
Ella ha vivido mucho y también pasado por grandes sufrimientos y amargas experiencias. Sin embargo, a pesar de todo siempre se ha dejado guiar por quien ha estado preparado para ayudarla, que la alienta y le aumenta su fe en Dios, lo que la ha fortalecido. Sus difíciles vivencias le han servido para cambiar el rumbo de su vida, encontrándose a personas que la han respetado, admirado y le han ofrecido lo mejor de sí, una buena compañía y una gran amistad. Por encima de todo, nuestra querida anciana vive una vida llena de agradecimiento. Hace poco sufrió la pérdida de un gran amigo al que ella le tenía mucho cariño y con el cual se sentía con el deber de alentar y motivar en medio de su enfermedad. Aún así, la rosa que piensa sembrar en el patio es en honor a él.
Todavía hoy, cuando la llamé por teléfono esta mañana, le pregunté,
_¿Y cómo se siente?_ Ella con muy buen ánimo y un espíritu fortalecido y motivador me responde:
_ ¡Muy bien, gracias a Dios!
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