Esa noche mi esposo y mi hijo me despertaron, Mustafina estaba mal. La gatita jadeaba y estornudaba con frecuencia permaneciendo acostada todo el tiempo, no comía nada ni tenía fuerzas para caminar. Temblaba, su semblante estaba desencajado y su boquita abierta porque no podía respirar. Me miraba con ojos que me decían lo tan enferma que estaba .
Mi hijo buscó los síntomas en internet y todo parecía indicar que tenía una infección respiratoria y necesitaba un veterinario con urgencia. Gatitos de su edad era muy difícil salvarlos. No teníamos recursos para llevarla a un veterinario ni comprarle medicamentos. Me daba temor tocarla pero sus lánguidos ojos no me perdían de vista. Me atemorizaba la idea de que se muriera en mis brazos. Finalmente me llené de valor y la agarré. Mis manos rodearon su débil cuerpecito, casi no pesaba nada. Oré por ella y le pregunté a Dios, que podría hacer.
Recordé que hacía solo unas horas, había ido al mercado a comprar algunas cosas de emergencia que hacían falta para hacerle frente al huracán que se avecinaba. Tendría también que comprar comida y leche para gatitos pequeños que no son alimentados por su madre. Me recriminé el haberla traído a casa y no haber hecho lo mismo que hicieron otras dos mujeres que vieron al desdichado y diminuto animalito en medio de la carretera y optaron por apartarlo hacia la orilla. Pero yo no tenía corazón para dejarlo abandonado. Mi esposo y yo lo recogimos pensando que podríamos llevarlo a algún lugar donde recibiera atención para no dejarlo en la calle, pero no lo aceptaron por lo pequeño que era. Después supimos que era hembra, que necesitaba tomar leche de gatitos en biberón, sacarle los gases, estimularla para que fuera al baño, buscarle un lugar calentito que se semejara al calor de su madre y sobre todo evitar darle la leche de vaca porque los mata.
Encima de que no teníamos suficiente para pagar nuestra comida, ni los gastos esenciales, con una deuda cada vez mas creciente y en riesgo de perder nuestra casa, nos hicimos cargo de un gato. Pensé que con la cantidad de gatos que hay, que más daba que se muriera una más. Me sentí como una tonta y le compré su comida con disgusto. Pero ahora, viéndola así, sin fuerzas, sin energía, en tal mal estado a punto de morir, me dí cuenta de que quizás mis pensamientos de rechazo hacia ella, habían provocado su enfermedad.
A mi mente vinieron los recuerdos de como solía subirse en mi regazo para jugar conmigo mordisqueando mis dedos y ya comenzaba a aprender a pasarme la lengua. Nos instaba a jugar con ella. Se escondía, nos agarraba las piernas con sus dos patitas delanteras y nos mordisqueaba. Nos hacia reír con sus travesuras. Nos placía su agradable ronroneo y nos asombraba ver cómo un animalito estuviera tan a gusto con quienes no son de su especie. Luego, aquella bolita peluda se dormía plácidamente encima de alguno de nosotros en el sofá. Se sentía segura con su nueva familia que le había salvado la vida. Ella nos transmitía su agradecimiento, la tranquilidad y la confianza que ella misma sentía hacia aquellos que no eran de su especie. La cuidábamos y recibíamos su amorosa compañía. Su ejemplo nos ayudaba a sobrevivir nuestra dura crisis financiera sin caer en la desesperación. ¡Con cuanto gusto le compraría comida de gatos ahora! Ella se lo merecía tanto como cualquiera de nosotros. No es solo un animal, es un ser, que, estés triste o contento viene a ti y no hay palabras para describir la satisfaccion que te proporciona. A la vez que la comienzas a amar. Ahora entendía a los que adoran a los animales. Además de una gatita, era una amiga incondicional y eso no se compra con dinero.
Pensaba además que en las situaciones difíciles es precisamente cuando descubrimos a nuestros verdaderos amigos. Aquellos que confían en ti, a pesar de las circunstancias y aún así te motivan, te animan a seguir adelante; los que pueden llegar a ser capaces de ir por encima de la crítica o las conjeturas y estén ahí para dar una palabra de ánimo o para recordarte que no estás solo; esos serían nuestros hermanos. ¿De cuantos recibíamos esa motivación? Con la respuesta a esta pregunta me dí cuenta de que había carencia de ese aspecto humano y ¡que triste! Cuando todo nos va bien hay muchos alrededor, pero cuando las cosas van mal, sentimos que son muy pocos los que hay en nuestro entorno. ¡Cuanta necesidad hay, no en los que sufren, sino en los otros que parecen indiferentes! Pero un pensamiento mucho mas difícil de aceptar que este interrumpía mi lamento… ¿Cuántas veces quizá aún sin saberlo, yo también he sido indiferente ante el dolor o la necesidad de otros?… Tampoco yo los voy a juzgar.
Lloraba en silencio acariciando el suave pelo de tres colores de la desfallecida Mustafina que yacía temblando de frio en mis brazos, probablemente con fiebre. Mi esposo y mi hijo se unieron en mi plegaria sin palabras; no teníamos dinero y tampoco había ningún hospital de animales abierto por el huracán. Nuestra pequeña gatita no nos pertenecía, estaba en manos del Creador.
En esta meditación me vino una idea a la mente. Basándome en algunos conocimientos de productos herbales y de nutrición, recordé que el propóleo es un antibiótico natural proveniente de las abejas que yo uso en mi familia con muy buenos resultados, pero no estaba segura si le haría bien a los animales. Aprovechando que habia electricidad, fuí al internet y corroboré lo que pensaba. Descubrí que hay personas que han utilizado propóleos en sus gatos satisfactoriamente. Tomé una puntita y la mezclé con agua y le dí la medida de un gotero tres veces al día. Utilicé otras yerbas en muy pequeñas dosis que también habían sido administradas con éxito en mascotas.
Mi hijo y mi esposo también se convirtieron en los enfermeros de Mustafina; le limpiaban el hocico ayudándola a respirar y todos nos turnábamos en darle cocimientos en biberón para mantenerla hidratada. Aunque ya no temblaba, no quería comer. Mi hijo pensaba que ella se recuperaría y así me lo repetía. Por ser un gatito de solo dos meses, yo no estaba segura si Mustafina estaría con vida al dia siguiente. No obstante la abrigamos bien, la encomendamos a Dios y la cuidara durante la noche e hiciera su voluntad.
Al día siguiente, muy temprano me acerqué temerosamente a la caja donde dormía. Para mi sorpresa, la gata reposaba con la boca cerrada. ¡Respiraba por la nariz! Al despertar, le acerqué un platito con leche y muy despacio se incorporó y se la tomó. Me saltaron las lágrimas una vez más, pero de alegría y de agradecimiento a Dios. Con los días, Mustafina fue mejorando con rapidez. Volvió a jugar, a mordisquear, a correr, a treparse, a dormirse encima de nosotros y sobre todo a recordarnos que nuestro Padre está en todo lo que nos rodea, aún en lo que parezca insignificante y se encarga de proveer y de cuidar a su creación.
Aprendí que emociones negativas como el rechazo son tan nocivas que pueden llegar a causar la separación de lo que se rechace, la enfermedad e incluso la muerte. El arrepentimiento me trajo de vuelta a establecer la conexión con mi amoroso Padre que me reveló su plan para su sanidad: La aceptación. Cuando comprendí lo que representaba Mustafina en mi vida y en la de mi familia, aprendí a valorarla, a apreciarla con todo el corazón. Entonces nuestra fiel compañera volvió a la vida.
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Vaya….esto si que me hizo llorar….mucho mas porque me identifico mucho con esta historia….algo personal que tambien me ocurrio…..bendiciones para esa familia tan bella que son ustedes…..inspiracion para los demas….Gracias por compartirlo….!!!!